INTERNACIONALES
31 de julio de 2025
Durante la Guerra Fría fue una base nuclear secreta y hoy funciona como una popular atracción turística

El antiguo complejo militar incluye salas subterráneas, pasadizos y un silo de misiles que se hunde 30 metros bajo tierra
Las atracciones más impresionantes son los restos abandonados de tecnología militar. El esqueleto de la antigua central eléctrica sería el escenario ideal para un videojuego. Hay una gigantesca sala donde se almacenaba el tanque con combustible para misiles. La pieza central es el silo. Los visitantes se sienten pequeños y mareados al borde del agujero de 30 metros que se adentra en el abismo.
Lituania —en aquel entonces parte de la República Socialista Soviética de Lituania de la URSS— era un lugar ideal para almacenar ojivas nucleares dirigidas a países de la OTAN. Enfrentándose a Escandinavia a través del mar Báltico, se convirtió en una zona altamente militarizada con bases de misiles, ciudades militares y guarniciones. Las vecinas Letonia y Estonia —también parte de la URSS— corrieron la misma suerte.El bosque de Plokštinė, en medio de la nada, ofrecía las condiciones ideales para construir un complejo subterráneo secreto. El cercano lago Plateliai, de 7,4 kilómetros cuadrados, proporcionaba agua para los sistemas de refrigeración, la población de las aldeas circundantes era reducida y el suelo blando y arenoso era fácil de excavar.La base de misiles de Plokštinė se completó en 1962, tras dos años de construcción, en la que participaron más de 10.000 trabajadores de toda la Unión Soviética. La base de misiles de Plokštinė fue un complejo proyecto militar, una instalación ejemplar de su tipo en la Unión Soviética. El centro de mando subterráneo tenía una red de corredores, contaba también con cuatro pozos de 30 metros que albergaban misiles tierra-tierra R-12 Dvina. Incluso contaba con una central eléctrica subterránea para generar energía en caso de emergencia.Una obra de tal envergadura no pasó inadvertida para la población local. Aušra Brazdeikytė, guía del Museo de la Guerra Fría, nació en un pueblo no lejos de la base y pasó toda su vida en esa zona. “La gente no sabía qué tipo de armas se almacenaban allí, pero nosotros conocíamos este lugar”, afirmó al medio.El complejo estaba fuertemente vigilado, con una cerca eléctrica que se extendía tres kilómetros alrededor de la base. La espesura del bosque dificultaba aún más el acceso, por lo que los lugareños no intentaron acceder.
Todo este secretismo dio sus frutos. La inteligencia estadounidense recién descubrió la base en 1978 mediante reconocimiento satelital. Para entonces, los soviéticos ya habían desmantelado la instalación como parte de los acuerdos de desarme de cohetes entre la URSS y Estados Unidos.A pocos pasos de los cuatro silos se encuentra el pueblo fantasma, que nunca recibió nombre. Originalmente, albergaba a unos 300 soldados y oficiales que trabajaban en la base de misiles.
Aunque los misiles nunca salieron de este pozo para sembrar la destrucción, ha habido víctimas a lo largo de los años. “Un soldado cayó muerto cuando se le rompió el cinturón de seguridad durante una revisión rutinaria”, relató Brazdeikytė a CNN Travel. “Otros dos soldados murieron durante un derrame de ácido nítrico al intentar reabastecer el misil”, añadió.
Gracias a la financiación de la UE, las autoridades locales pudieron crear un magnífico museo, inaugurado en 2012, que ofrece acceso público al centro de mando, la central eléctrica y un silo. La entrada a las instalaciones se realiza, como siempre, a través de un agujero en el suelo. “Por favor, límpiese los pies”, dice un cartel en ruso sobre la puerta herméticamente sellada.Lejos de la base, el Parque Nacional de Žemaitija es uno de los lugares más hermosos de Lituania, repleto de atracciones. Visitar el parque lleva al corazón de Samogitia, una región con una rica cultura local. Aquí conviven tradiciones paganas y cristianas; se cree que esta tierra fue la última parte de Europa en convertirse al cristianismo en el siglo XV.Los Žemaičių blynai, o panqueques samoguinos, son los platos estrella de la gastronomía local: sustanciosos panqueques de patata con carne. El cepelinai, una bola de masa de patata rellena de requesón o carne picada, es otro plato típico lituano. Nadie se va sin probar el šaltibarščiai, una sopa fría de remolacha de color rosa.